jueves, 13 de diciembre de 2018

Una breve crítica a los enfoques de “educación” en salud centrados en los estilos de vida individual



Luis Fernando Gómez Gutiérrez

Para el poeta William Yeats la educación “no es llenar un balde, sino encender un fuego”. En esta misma vena crítica, Paulo Freire plantea una aguda crítica a la concepción “bancaria” de la educación, al afirmar que “La educación como práctica de la libertad, al contrario de aquella que es práctica de la dominación, implica la negación del ser humano abstracto, aislado, suelto, desligado del mundo, así como la negación del mundo como una realidad ausente de los hombres” (Freire, 1970).

En esta breve nota comparto algunos párrafos de la introducción del libro “Democracia deliberativa y salud pública”, en las que formulo una breve crítica al enfoque de estilos de vida individual (Gómez, 2017).

“El abordaje que privilegia las acciones individuales está soportado en algunas concepciones surgidas del individualismo metodológico y corrientes de la filosofía política afines al libertarismo económico norteamericano, encarnado en el pensamiento de Robert Nozick (Mack, 2015). Se asume que los fenómenos sociales –en este caso, los patrones de salud de una sociedad– son resultado exclusivo de las acciones y motivaciones que se expresan en cada individuo (Heath, 2015). Por otro parte, el libertarismo económico plantea que el papel primordial del Estado es proteger los derechos individuales y garantizar que cada persona tenga plena potestad para maximizar las libertades relacionadas con la ausencia de coerción, independientemente de si estas generan grandes inequidades (Vallentyne y van der Vossen, 2014). Bajo esta mirada, el papel de la salud pública es informar acerca de los riesgos o beneficios que tienen diversas exposiciones, dejando a cada individuo “libertad” plena de decisión. Este escenario extremo desconoce o le da muy poca relevancia a las condiciones sociales con las que las personas han nacido, crecido y envejecido. Adicionalmente, minusvalora las interacciones humanas que se generan en torno a asuntos de interés público relacionados con salud. En esta dirección, Noam Chomsky (2005) plantea que este tipo de libertarismo entra en una gran contradicción con sus propios postulados, debido a que obvia el hecho de que, para el cumplimiento de su ideario, las personas deben estar subordinadas a un sistema que privilegia la economía de mercado por encima de otras consideraciones.

Este es el trasfondo que subyace a muchos discursos de estilos de vida saludables con enfoque individual[1], los cuales son analizados críticamente por Nancy Krieger en su libro Epidemiology and the people's health (2011). Esta autora plantea que el término “estilo de vida” comienza ser utilizado en inglés como lifestyle, a partir de la traducción de la palabra alemana Lebensfühurng propuesta por Max Weber a principios del siglo XX. El alcance del término está vinculado con las maneras en que los grupos e individuos deciden acerca de sus vidas, en el contexto de sus clases sociales. Después de la Segunda Guerra Mundial, y en el marco de la cultura del consumo que emergía en la década de 1950, la industria de la publicidad comienza a utilizar el término con un nuevo significado, relacionado con preferencias individuales de consumo (Krieger, 2011). Este discurso se afianza con la crisis del Estado del bienestar en la década de 1970 y con el surgimiento de las políticas neoliberales en los años 1980, contexto en el cual se espera que cada individuo no solo asuma la responsabilidad de planear su vida, independiente de las circunstancias sociales, sino que, además, proyecte sus actividades de acuerdo con las demandas económicas. A partir de esta mirada distorsionada y reduccionista, el estilo de vida se incorpora a las áreas de la salud pública y la epidemiología desde 1972, definido como “la noción de que los hábitos son discrecional e independientemente modificables y que los individuos pueden voluntariamente alterarlos” (Krieger, 2011).

Siguiendo a Krieger (2011), pueden ser claramente identificados tres aspectos básicos del discurso de estilo de vida con enfoque individual utilizado en las áreas de la salud. En primer término, se asume que las causas reales de las enfermedades están circunscritas solo a factores de riesgo de tipo genético, biofísico o comportamental. Por otra parte, se plantea que la presencia de los factores de riesgo y de los estilos de vida individuales que los soportan explican la frecuencia y distribución de las enfermedades (Kreiger, 2011). Este punto está relacionado con el concepto de individualismo metodológico antes mencionado y que se plantea desde algunas vertientes de la sociología, que asumen los asuntos sociales a partir de las motivaciones de los actores individuales (Heath, 2015). El trasfondo epistemológico que subyace al individualismo metodológico tiene nexos con el conductismo, ya que parte de la convicción de que solo es real lo directamente observable en cada persona (Giddens, 1990). De esta manera, los problemas de salud en una población solo pueden ser entendidos como la sumatoria de comportamientos individuales relacionados con salud. El abordaje está centrado entonces, en modificar las motivaciones de cada individuo, ya bien sea a través de acciones de consejería individual, o mediante campañas llevadas a cabo en medios masivos que enfatizan las supuestas autonomía y responsabilidad que tiene cada persona[2].

Finalmente, se asume que generar marcos teóricos para explicar la ocurrencia de las enfermedades es equivalente a teorizar acerca de sus causas biológicas “proximales”, siendo de esta manera irrelevante el estudio de factores estructurales con efectos en las sociedades. Bajo esta mirada, resulta más relevante conocer, por ejemplo, los factores genéticos vinculados al tabaquismo que indagar por el contexto social y económico que facilitan este consumo en las sociedades. En otras palabras, este abordaje propone que los fenómenos de salud se reducen al entendimiento de sus mecanismos biológicos y comportamentales, los cuales son suficientes para entender los patrones de salud y enfermedad en las poblaciones (Krieger, 2011)“ (Gómez, 2017).

A manera de colofón. No podemos caer en dos extremos: enfocar la mirada exclusivamente en factores de riesgo, desconociendo la relevancia de los contextos y condiciones sociales; o caer en la tentación de un holismo inespecífico y paralizante que desconoce las grandes contribuciones de la epidemiología clásica.     

Referencias

Freire P. Pedagogía del oprimido. Montevideo: Tierra Nueva, 1970.


Gómez LF. Democracia deliberativa y salud pública. Editorial Javeriana, 2017. https://www.jstor.org/stable/j.ctv86dg7w




[1] El término “estilos de vida” ha sido ampliamente utilizado en salud pública, principalmente en estrategias de información y comunicación. Las apuestas conceptuales que van más allá de este término son diversas y están soportadas por abordajes teóricos muy disímiles. En general, se identifican dos maneras básicas de entender los estilos de vida: la primera, de más amplio uso, asume que las personas son plenamente responsables de sus acciones y de las consecuencias que estas acarrean. La salud es considerada un asunto personal, sin que importen mucho los contextos sociales y económicos en los que viven las personas (Laverak, 2006). La segunda mirada, diametralmente opuesta, considera que los estilos de vida están determinados por jerarquías sociales (Williams, 1995). Este abordaje lo propuso el sociólogo Pierre Bourdieu (1984) como parte de lo que denominaba habitus, el cual está configurado por los valores y expectativas de determinados grupos sociales que se incorporan, en el marco de una estructura social, a través de condiciones sociales como el género, la raza y la discriminación social, entre otros. En este libro entenderé el término en su primera acepción.
[2] Esto no significa que todas las estrategias masivas de comunicación tengan este enfoque. Diversos programas de prevención y control del consumo de tabaco han utilizado las campañas masivas en medios de comunicación, como una manera de propiciar una visión crítica de la industria e incentivar la deliberación ciudadana.

jueves, 13 de septiembre de 2018

Estilos de vida saludables: ¿Una política de salud pública o una política de la inacción?


Luis Fernando Gómez Gutiérrez
Septiembre 13 de 2018

Foros Semana llevó a cabo el pasado 12 de septiembre el evento: ”Perspectivas de salud en el nuevo gobierno”, en el cual participó como ponente el Ministro de Salud Juan Pablo Uribe Restrepo. En uno de los apartes de su intervención afirmó algo que me generó inquietud:

 Una segunda política de salud pública es la de estilos de vida saludables….…La discusión no puede ser acerca de un impuesto. Volvemos a este reino de la plata, de lo financiero. La discusión tiene que ser sobre el bienestar de la población. La discusión debe estar en los factores de riesgo detrás de la enfermedad cardiovascular, de la obesidad, de la hipertensión, de la diabetes. Después llegamos a la plata. Pero arranquemos desde la salud…. Arranquemos desde los estilos de vida saludables….” (La intervención completa está disponible en el siguiente vínculo: https://www.youtube.com/watch?v=-aN9tdjQa_8)

Existen diferentes apuestas conceptuales acerca de lo que se denomina “estilos de vida saludables”. La más prevalente, y la que parecería defender el Doctor Uribe Restrepo, asume que la salud es un proyecto exclusivamente individual y en la que cada persona tiene autonomía plena en decisiones relacionadas con su salud, independiente de los contextos sociales y económicos que lo rodean (Gómez, 2017). Este abordaje está soportado en el individualismo metodológico y en corrientes filosóficas afines al libertarismo económico, cuyo principal exponente es Robert Nozick (Mack, 2015). Bajo esta mirada, el papel del Estado se circunscribe a garantizar la libertad plena de cada persona para definir el rumbo de su salud, después de haber sido informada acerca de los riesgos o beneficios de emprender algunos comportamientos (Vallentyne y van der Vossen, 2014). No está dentro del radar de este enfoque, el hecho de que los seres humanos generan interacciones sociales y tienen la posibilidad de lograr consensos razonados para impulsar una política pública que restrinja, por ejemplo, la publicidad de productos comestibles no saludables dirigidos a la población infantil o la implementación de impuestos a productos que son nocivos para la salud (Gómez, 2017).

En el enfoque individualista de estilos de vida, cada persona debe asumir los desafíos para prevenir enfermedades, sin apoyo de la sociedad o del Estado. Sola basta estar adecuadamente informado. La limitación de este enfoque puede ser ilustrado a través del ejemplo hipotético de una niña de 8 años que se enfrenta a un ambiente alimentario escolar adverso, en donde solo se ofrecen bebidas y comestibles no saludables. Esta misma niña puede vivir en condiciones de pobreza y su único esparcimiento es ver televisión y estar expuesta a la publicidad de la industria de bebidas y comestibles ultra-procesados que le presentan un supuesto ideal de felicidad vinculado a un consumo compulsivo. ¿Se puede afirmar que el contexto que rodea esta niña, y que ilustra la situación de un importante porcentaje de la población infantil colombiana, le permite ejercer plenamente su autonomía? Es claro que no.

Espero estar equivocado en mi interpretación. Necesitaremos conocer los detalles técnicos de la política de estilos de vida saludables que propone la nueva administración, para identificar sus limitaciones y fortalezas.

Posdata: El Doctor Uribe Restrepo parece desestimar la importancia de los impuestos como herramienta para reducir consumos nocivos. Existe evidencia robusta acerca de la efectividad de estas medidas en las áreas de control de tabaco, alcohol y bebidas azucaradas.


Declaro no tener conflictos de intereses.

Entidades que han financiado proyectos de investigación y consultoría, en los cuales he participado: Bloomberg Philanthropies, UNICEF, IUHPE, OPS, IDRC, EMBARQ, Colciencias, Fundación Ciudad Humana, Universidad Nacional de Colombia, Universidad de Washington en Saint Louis, Ministerio de salud y protección social de Colombia, Secretaría de salud de Bogotá.

Referencias
Gómez LF. Democracia deliberativa y salud pública. Bogotá: Editorial Javeriana; 2017.
Krieger, N. (2011). Epidemiology and the people’s health. Theory and context. Nueva York: Oxford University Press.
Mack, E. (2015). Robert Nozick's Political Philosophy. The Stanford Encyclopedia of Philosophy. Disponible en https://plato.stanford.edu/archives/sum2015/entries/nozick-political/
Vallentyne, P. y B. van der Vossen (2014). Libertarianism. The Stanford Encyclopedia of Philosophy. Disponible en http://plato.stanford.edu/archives/fall2014/entries/libertarianism/

lunes, 9 de julio de 2018

Necesitamos un etiquetado que podamos entender. El esquema de rotulado actual no funciona.

Luis Fernando Gómez Gutiérrez

Dos profesionales de la Dirección de Nutrición del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar llevaron a cabo una sesión en Facebook Live el 9 de julio a las 6 pm, acerca de la importancia de interpretar adecuadamente el rotulado nutricional de alimentos (El video está disponible en el siguiente vínculo: https://www.facebook.com/ICBFColombia/videos/2648955378464141/). Debo confesar que cuando escuché la mayoría de las explicaciones, no pude evitar relacionarlas con el enfoque de etiquetado GDA que tanto defiende la industria y que ha demostrado ser inefectivo (1-5).

Es innegable que la tabla de declaración de nutrientes de productos comestibles es un instrumento fundamental, que le permite a las entidades sanitarias y a las organizaciones de la sociedad civil, constatar la veracidad de los contenidos reportados, así como evaluar los niveles de nutrientes que son de interés en salud pública.

Sin embargo, y a partir de la evidencia actual, podemos afirmar que el rotulado nutricional que actualmente tiene Colombia no funciona, debido a que no está acompañado de advertencias sanitarias que le indiquen de una manera fácil a las personas, cuáles son los productos comestibles que tienen más riesgos para la salud humana.   

La implementación de un adecuado etiquetado frontal, debe partir del reconocimiento acerca de la oferta creciente de comestibles y bebidas no saludables (6). Adicionalmente, la evidencia actual indica que la mayoría de las personas gastan menos de 10 segundos para tomar la decisión de adquirir un producto comestible, lo cual no les permite interpretar adecuadamente una información nutricional que, en la mayoría de los casos, es muy confusa (7-9). Debido a este hecho, es improbable que el enfoque de educación nutricional propuesto por el ICBF, pueda tener impacto poblacional.  

Colombia necesita un esquema simplificado de etiquetado similar al chileno, que le permita a las personas, especialmente de bajos niveles educativos, entender y utilizar la información nutricional en forma adecuada (10-13). La implementación de este tipo de etiquetado nos ayudará entender que la gran mayoría de los productos comestibles ultra-procesados no son saludables y que un patrón de alimentación adecuado debe estar soportado en alimentos reales.  

En el siguiente vínculo se podrá encontrar mayor información acerca de este tema:
http://medicina.javeriana.edu.co/documents/3185897/0/Etiquetado.pdf/8a8bc91d-413a-4eb6-881d-fc1fcf2a17a3

Referencias


1.            Stern DT, L; Barquera, S;. Revisión del etiquetado frontal: análisis de las Guías Diarias de Alimentación (GDA) y su comprensión por estudiantes de nutrición México. Instituto Nacional de Salud Pública. 2011.
2.            Lobstein T, Landon J, Lincoln P, editors. Misconceptions and misinformation: the problems with Guideline Daily Amounts (GDAs). A Review of GDAs and Their Use for Signalling Nutritional Information on Food and Drink Labels London: National Heart Forum; 2007.
3.            Ducrot P, Julia C, Mejean C, Kesse-Guyot E, Touvier M, Fezeu LK, et al. Impact of Different Front-of-Pack Nutrition Labels on Consumer Purchasing Intentions: A Randomized Controlled Trial. Am J Prev Med. 2016;50(5):627-36.
4.            Malam S, Clegg S, Kirwan S, McGinigal S, Raats M, Shepherd R, et al. Comprehension and use of UK nutrition signpost labelling schemes. London: Food Standards Agency. 2009.
5.            Talati Z, Norman R, Pettigrew S, Neal B, Kelly B, Dixon H, et al. The impact of interpretive and reductive front-of-pack labels on food choice and willingness to pay. Int J Behav Nutr Phys Act. 2017;14(1):171.
6.            Poti JM, Mendez MA, Ng SW, Popkin BM. Is the degree of food processing and convenience linked with the nutritional quality of foods purchased by US households? Am J Clin Nutr. 2015;101(6):1251-62.
7.            Cowburn G, Stockley L. Consumer understanding and use of nutrition labelling: a systematic review. Public Health Nutr. 2005;8(1):21-8.
8.            Rothman RL, Housam R, Weiss H, Davis D, Gregory R, Gebretsadik T, et al. Patient understanding of food labels: the role of literacy and numeracy. Am J Prev Med. 2006;31(5):391-8.
9.            Wartella EA, Lichtenstein AH, Boon CS. Examination of Front-of-Package Nutrition Rating Systems and Symbols: Phase 1 Report. Washington (DC): National Academies Press (US); 2010.
10.          Grunert KG, Fernandez-Celemin L, Wills JM, Storcksdieck Genannt Bonsmann S, Nureeva L. Use and understanding of nutrition information on food labels in six European countries. Z Gesundh Wiss. 2010;18(3):261-77.
11.          Vyth EL, Steenhuis IH, Mallant SF, Mol ZL, Brug J, Temminghoff M, et al. A front-of-pack nutrition logo: a quantitative and qualitative process evaluation in the Netherlands. J Health Commun. 2009;14(7):631-45.
12.          Feunekes GI, Gortemaker IA, Willems AA, Lion R, van den Kommer M. Front-of-pack nutrition labelling: testing effectiveness of different nutrition labelling formats front-of-pack in four European countries. Appetite. 2008;50(1):57-70.
13.          Kelly B, Hughes C, Chapman K, Louie JC, Dixon H, Crawford J, et al. Consumer testing of the acceptability and effectiveness of front-of-pack food labelling systems for the Australian grocery market. Health Promot Int. 2009;24(2):120-9.







miércoles, 27 de junio de 2018

Interferencia de la industria de bebidas y comestibles ultra-procesados a través de agendas de investigación en el área de la actividad física



Luis Fernando Gómez Gutiérrez

En esta breve nota, deseo plantear algunas reflexiones acerca de cómo la financiación de grupos académicos en el área de la actividad física, por parte de la industria de bebidas y comestibles ultra-procesados, genera interferencia en procesos de abogacía dirigidos a implementar políticas para prevenir la obesidad desde el área de la alimentación.

Un modo de vida que involucre actividades que requieran movimiento corporal genera múltiples beneficios en la salud y el bienestar humano. El informe reciente del comité de expertos de las Guías de Actividad Física 2018 de los Estados Unidos, destaca que, además de los conocidos beneficios de la actividad física en la prevención de las enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 y diversos tipos de cáncer, existe evidencia fuerte que la vincula a una mejor calidad del sueño y a un incremento del desempeño ejecutivo en la realización de actividades que requieran atención, así como a una disminución del riesgo de aparición de depresión (1). Adicionalmente, las políticas públicas que promocionan actividad física, están estrechamente conectadas con las agendas globales de desarrollo urbano sostenible y mitigación del cambio climático global (2).

Si bien la disminución del gasto de energía por actividad física es uno de los factores que explica la actual epidemia de obesidad en el mundo, la evidencia indica que el incremento de la ingesta calórica de bebidas y comestibles ultra-procesados tiene un peso mayor en la aparición de este problema. La obesidad es una condición crónica multifactorial y está estrechamente vinculada con inequidades sociales y económicas de diferente orden (3).

A pesar de esta evidencia, la industria de bebidas y comestibles ultra-procesados ha recurrido a una manipulación del concepto de balance de energía*; lo cual se ilustra en la conformación de la Red Global de Balance de Energía en el año 2015 (en inglés: Global Energy Balance Network). Esta iniciativa fue liderada por reconocidos profesores de universidades estadounidenses, entre los cuales se destacó Steven Blair de la Universidad de Carolina del Sur. Dos pronunciamientos de esta red generaron cuestionamientos desde su inicio. El primero fue desestimar la evidencia con respecto a los vínculos entre bebidas azucaradas y obesidad. El segundo, relacionado con el anterior, fue plantear que la solución del problema se limitaba a la promoción de la actividad física. Después de una intensa presión social por parte de grupos académicos y organizaciones de la sociedad civil, los miembros de la red reconocieron públicamente la financiación de Coca Cola (4,5).  

En el contexto latinoamericano, la industria ha promocionado la idea de que si se realiza actividad física se puede lograr fácilmente un balance de energía, lo cual les permitiría a las personas consumir cualquier cantidad de bebidas y productos comestibles ultra-procesados. Este engaño se ilustra en la campaña publicitaria de Coca Cola denominada “149 calorías”, la cual fue promocionada en México a través de múltiples canales de marketing durante el año 2013. En esta, se mostraba la imagen de una joven que montaba bicicleta con una botella de Coca Cola, con el mensaje: “149 calorías para disfrutar 22 minutos de bicicleta”. La organización El Poder del Consumidor denunció esta estrategia publicitaria, a partir de un hecho contundente: la botella de la bebida era de 600 mililitros, la cual contiene 252 Calorías y no 149 como lo afirmaba la pieza publicitaria (6,7). A partir de este y otros mensajes engañosos, la Procuraduría Federal del Consumidor le ordenó a Coca Cola la suspensión de esta campaña publicitaria (8).

Teniendo en cuenta el Compendio de Actividad Física liderado por la profesora Barbara Ainsworth, el uso habitual de bicicleta para propósitos recreativos o utilitarios a velocidades menores a 16 kilómetros por hora, genera un gasto promedio de energía de 4,9 Calorías por minuto (9). La ingesta de 252 Calorías provenientes de una gaseosa requeriría aproximadamente 51 minutos de uso de bicicleta, sin tener en cuenta otros factores biológicos relacionados con el incremento del apetito y la baja compensación dietaria de la bebidas azucaradas (10). En este sentido, la evidencia indica que el consumo habitual de bebidas azucaradas está asociado a un mayor riesgo de obesidad, aun después de ajustar por actividad física y otras variables (11,12).

A partir de este enfoque poco riguroso de abordar el concepto de balance de energía, la industria de bebidas y productos comestibles ultra-procesados, ha financiado investigaciones en el área de la actividad física y nutrición. Esta iniciativa se enmarca dentro de una estrategia más amplia que busca propiciar una percepción favorable de la industria ante la opinión pública y ganar aliados en el mundo académico, con el propósito último de bloquear cualquier acción de salud pública que vaya en contra de sus intereses económicos (13).

Un estudio reciente llevado a cabo por Serodio et al, encontró que 907 investigadores publicaron 389 estudios financiados por Coca Cola entre los años 2008 a 2016 y solo el 4,6% de ellos habían sido incluidos en la lista de “transparencia” de Coca Cola. Adicionalmente, esta revisión encontró que los tópicos que más se abordaban en los estudios eran la actividad física, el sedentarismo y aquellos relacionados con el balance de energía (14).    

¿Por qué estos vínculos entre la industria y la academia le hacen daño a la salud pública? En primer término, una sociedad que valora la ética del discurso antepone la relevancia de la veracidad expresiva en sus deliberaciones sociales, la cual se presenta cuando “la intención expresada por el hablante coincide realmente con lo que este piensa” (15). Este principio es violado cuando los investigadores financiados por la industria no declaran conflictos de intereses, degradando la calidad de los debates públicos al prestarse como voceros de la industria, sin que la sociedad lo sepa. Sin veracidad expresiva el público no puede juzgar si los académicos que se oponen a una acción política, como por ejemplo el incremento del impuesto a las bebidas azucaradas, lo hacen por convicción soportada en argumentos racionales o porque reciben apoyo de una corporación que se opone a la medida (16).

Por otra parte, cuando sectores de la academia deciden aceptar financiación de la industria de las bebidas azucaradas y comestibles ultra-procesados, la comunidad que defiende la salud pública pierde aliados valiosos. Es probable que una importante proporción de estos investigadores, podrían estar dispuestos a apoyar las acciones políticas para promocionar una alimentación saludable, si no tuvieran este tipo de vínculos y conflictos de intereses.

Finalmente, la financiación de estudios por parte de la industria genera, de manera irresponsable, un ambiente de incertidumbre acerca de asuntos en los cuales hay un amplio consenso por parte de grupos académicos independientes. Es claro que el vínculo entre academia e industria tiene el riesgo de generar investigaciones con resultados amañados. En una amplia revisión liderada por Bes-Rastrollo se encontró que los estudios que examinaban la relación entre consumo de bebidas y obesidad, tenían 5 veces más posibilidades de no reportar asociación cuando las investigaciones eran financiadas por la industria, con respecto a aquellas que no lo eran (17). La evidencia acerca de los efectos adversos que tienen los azúcares adicionados en la salud humana, se ha construido a partir de los primeros trabajos llevados a cabo por John Yudkin en la década de 1950 y se consolidó en las recomendaciones que generó la Organización Mundial de la Salud en 2015 acerca del tema (18,19).

¿Qué acciones se podrían plantear para contrarrestar esta interferencia de la industria a través de la academia? En primer término, es necesario exigir declaración de conflictos de intereses, no solo en los artículos científicos y eventos académicos, sino además, en audiencias públicas que se lleven a cabo en órganos legislativos, entrevistas en medio de comunicación y columnas periodísticas. En el año 2016, en el contexto de la discusión del impuesto a las bebidas azucaradas, diversos académicos que se oponían a esta medida recurrieron a argumentos similares a la industria y la gran mayoría no manifestaron si tenían vínculos o no con este sector empresarial. En este caso, es necesario visibilizar públicamente esta situación y plantear un debate público acerca del grave daño que genera, no solo para la salud pública, sino además, para una democracia, la no declaración de conflicto de intereses.   

Por otra parte, es necesario sostener un diálogo franco y respetuoso con los investigadores que, de manera a veces ingenua, han recibido apoyo de la industria. Los argumentos éticos y científicos que soportan las acciones políticas por las cuales estamos abogando, son lo suficientemente sólidos para convencerlos acerca de la conveniencia de romper vínculos con la industria. Las agendas en el área de la salud pública deben ser interdependientes y no deben entrar en contradicciones que son éticamente insostenibles. Sería inaceptable, por ejemplo, que los sectores que defendemos el derecho a una alimentación saludable, recibiéramos el apoyo de un sector de la industria automotriz que se oponga a iniciativas para promocionar el transporte activo o mejorar la seguridad vial.       


* El balance de energía es la relación entre la ingesta calórica proveniente de los alimentos y productos comestibles y el gasto de energía generado por diferentes procesos metabólicos, entre los que se destaca la actividad física.

A manera de posdata: Si bien no se ha podido demostrar un vínculo directo entre el presidente electo de Colombia Iván Duque y la industria de bebidas azucaradas, llama la atención los argumentos a los cuales recurrió para oponerse al impuesto a las bebidas azucaradas en 2016, los cuales fueron muy similares a los que ha utilizado está industria desde hace varios años (ver video: https://www.youtube.com/watch?v=lDKkCDO_0Uo). En su declaración Iván Duque magnificó el problema de la inactividad física y subestimó, sin ningún tipo de evidencia, la relación entre el consumo de bebidas azucaradas y obesidad. ¿Esta declaración fue preparada con el apoyo de académicos afines a la industria? Queda la duda.   

Declaro no tener conflictos de intereses.

Entidades que han financiado proyectos de investigación y consultoría, en los cuales he participado: Bloomberg Philanthropies, UNICEF, IUHPE, OPS, IDRC, EMBARQ, Colciencias, Fundación Ciudad Humana, Universidad Nacional de Colombia, Universidad de Washington en Saint Louis, Ministerio de salud y protección social de Colombia, Secretaría de salud de Bogotá.



Referencias
1. 2018 Physical Activity Guidelines Advisory Committee. 2018 Physical Activity Guidelines Advisory Committee Scientific Report. Washington, DC: U.S. Department of Health and Human Services, 2018.
2. Global action plan on physical activity 2018–2030: more active people for a healthier world. Geneva: World Health Organization; 2018. Licence: CC BY-NC-SA 3.0 IGO.
3. Popkin BM, Reardon T. Obesity and the food system transformation in Latin America. Obes Rev. 2018. [Epub ahead of print]
4. Serodio PM, McKee M, Stuckler D. Coca-Cola – a model of transparency in research partnership? A network analysis of Coca Cola research funding (2008-2016) Public Health Nutrition: 21(9), 1594–1607.
5. O’Connor A (2015) Coca-Cola funds scientists who shift blame for obesity away from bad diets. The New York Times, 9 August. https://well.blogs.nytimes.com/2015/08/09/coca-cola-funds-scientists-who-shift-blame-for-obesity-away-from-bad-diets/ (consultada el primero de junio de 2018).
6. Calvillo A. Exigimos retiro inmediato de publicidad de Coca-Cola (2013). El poder del consumidor. Disponible en: http://elpoderdelconsumidor.org/saludnutricional/exigimos-retiro-inmediato-de-publicidad-de-coca-cola/ (consultada el primero de junio de 2018)
7. Calvillo A. Crónica de una campaña engañosa (2013). El poder del consumidor. Disponible en: http://elpoderdelconsumidor.org/saludnutricional/cronica-de-una-campana-enganosa-las-infelices-149-calorias-de-coca-cola/ (consultada el primero de junio de 2018)
8. Calvillo a. Es retirada campaña multimillonaria de Coca Cola. Disponible en:
9. Aisnworth BE, Haskell WL, Herrman SD, Meckes N, Bassett DR, Tudor-Locke C, Greer JL, Vezina J, Whitt-Glover MC, Leon AS. 2011 Compendium of physical activities: a second update of codes and MET values. Med Sci Sports Exerc. 2011;34(8):1575-81.
10. Cassady BA, Considine RV, Mattes RD. Beverage consumption, appetite, and energy intake: what did you expect? Am J Clin Nutr 2012;95(3):587-593.
11. Te Morenga L, Mallard S, Mann J. Dietary sugars and body weight: systematic review and meta-analyses of randomised controlled trials and cohort studies. British Medical Journal 2013; 346: e7492
12.      Malik VS, Pan A, Willett WC, Hu FB. Sugar-sweetened beverages and weight gain in children and adults: a systematic review and meta-analysis. Am J Clin Nutr 2013; 98(4): 1084-102.
13. Brownell KD, Warner KE. The perils of ignoring history: Big tobacco played dirty and millions died. How similar is big food? The Milbank Quaterly. 2009;87(1):259-294.).
14. Serodio PM, McKee M, Stuckler D. Coca-Cola – a model of transparency in research partnership? A network analysis of Coca Cola research funding (2008-2016) Public Health Nutrition: 21(9), 1594–1607.
15. Habermas, J. (2002). Teoría de la acción comunicativa. Racionalidad de la acción y racionalización social (vol. I). Mexico: Taurus.
16. Gómez LF. (2017). Democracia deliberativa y salud pública. Bogotá: Editorial Javeriana.
17. Bes-Rastrollo M, Schulze MB, Ruiz-Canela M, Martinez-Gonzalez MA.  Financial Conflicts of Interest and Reporting Bias Regarding the Association between Sugar-Sweetened Beverages and Weight Gain: A Systematic Review of Systematic Reviews. PLoS Med 2013;10(12): e1001578. 
18. Yudkin J Diet and coronary thrombosis: Hypothesis and fact. Lancet 1957;273(6987):155-162.
19. Guideline: Sugars intake for adults and children. Geneva: World Health Organization; 2015.