Luis
Fernando Gómez Gutiérrez
Para
el poeta William Yeats la educación “no
es llenar un balde, sino encender un fuego”. En esta misma vena crítica, Paulo
Freire plantea una aguda crítica a la concepción “bancaria” de la educación, al
afirmar que “La educación como práctica
de la libertad, al contrario de aquella que es práctica de la dominación,
implica la negación del ser humano abstracto, aislado, suelto, desligado del
mundo, así como la negación del mundo como una realidad ausente de los hombres”
(Freire, 1970).
En esta breve nota comparto
algunos párrafos de la introducción del libro “Democracia deliberativa y salud
pública”, en las que formulo una breve crítica al enfoque de estilos de vida individual (Gómez, 2017).
“El
abordaje que privilegia las acciones individuales está soportado en algunas
concepciones surgidas del individualismo metodológico y corrientes de la
filosofía política afines al libertarismo económico norteamericano, encarnado
en el pensamiento de Robert Nozick (Mack, 2015). Se asume que los fenómenos
sociales –en este caso, los patrones de salud de una sociedad– son resultado
exclusivo de las acciones y motivaciones que se expresan en cada individuo
(Heath, 2015). Por otro parte, el libertarismo económico plantea que el papel
primordial del Estado es proteger los derechos individuales y garantizar que
cada persona tenga plena potestad para maximizar las libertades relacionadas
con la ausencia de coerción, independientemente de si estas generan grandes
inequidades (Vallentyne y van der Vossen, 2014). Bajo esta mirada, el papel de
la salud pública es informar acerca de los riesgos o beneficios que tienen
diversas exposiciones, dejando a cada individuo “libertad” plena de decisión.
Este escenario extremo desconoce o le da muy poca relevancia a las condiciones
sociales con las que las personas han nacido, crecido y envejecido.
Adicionalmente, minusvalora las interacciones humanas que se generan en torno a
asuntos de interés público relacionados con salud. En esta dirección, Noam
Chomsky (2005) plantea que este tipo de libertarismo entra en una gran
contradicción con sus propios postulados, debido a que obvia el hecho de que,
para el cumplimiento de su ideario, las personas deben estar subordinadas a un
sistema que privilegia la economía de mercado por encima de otras
consideraciones.
Este es el
trasfondo que subyace a muchos discursos de estilos de vida saludables con
enfoque individual[1],
los cuales son analizados críticamente por Nancy
Krieger en su libro Epidemiology and the people's health (2011). Esta autora
plantea que el término “estilo de vida” comienza ser utilizado en inglés como lifestyle,
a partir de la traducción de la palabra alemana Lebensfühurng propuesta por Max
Weber a principios del siglo XX. El alcance del término está vinculado con las
maneras en que los grupos e individuos deciden acerca de sus vidas, en el
contexto de sus clases sociales. Después de la Segunda Guerra Mundial, y en el
marco de la cultura del consumo que emergía en la década de 1950, la industria
de la publicidad comienza a utilizar el término con un nuevo significado,
relacionado con preferencias individuales de consumo (Krieger, 2011). Este
discurso se afianza con la crisis del Estado del bienestar en la década de 1970
y con el surgimiento de las políticas neoliberales en los años 1980, contexto
en el cual se espera que cada individuo no solo asuma la responsabilidad de
planear su vida, independiente de las circunstancias sociales, sino que,
además, proyecte sus actividades de acuerdo con las demandas económicas. A partir
de esta mirada distorsionada y reduccionista, el estilo de vida se incorpora a
las áreas de la salud pública y la epidemiología desde 1972, definido como “la
noción de que los hábitos son discrecional e independientemente modificables y
que los individuos pueden voluntariamente alterarlos” (Krieger, 2011).
Siguiendo a Krieger (2011), pueden ser
claramente identificados tres aspectos básicos del discurso de estilo de vida
con enfoque individual utilizado en las áreas de la salud. En primer término,
se asume que las causas reales de las enfermedades están circunscritas solo a
factores de riesgo de tipo genético, biofísico o comportamental. Por otra
parte, se plantea que la presencia de los factores de riesgo y de los estilos
de vida individuales que los soportan explican la frecuencia y distribución de
las enfermedades (Kreiger, 2011). Este punto está relacionado con el concepto
de individualismo metodológico antes mencionado y que se plantea desde algunas
vertientes de la sociología, que asumen los asuntos sociales a partir de las
motivaciones de los actores individuales (Heath, 2015). El trasfondo
epistemológico que subyace al individualismo metodológico tiene nexos con el
conductismo, ya que parte de la convicción de que solo es real lo directamente
observable en cada persona (Giddens, 1990). De esta manera, los problemas de
salud en una población solo pueden ser entendidos como la sumatoria de
comportamientos individuales relacionados con salud. El abordaje está centrado
entonces, en modificar las motivaciones de cada individuo, ya bien sea a través
de acciones de consejería individual, o mediante campañas llevadas a cabo en
medios masivos que enfatizan las supuestas autonomía y responsabilidad que
tiene cada persona[2].
Finalmente, se asume que
generar marcos teóricos para explicar la ocurrencia de las enfermedades es
equivalente a teorizar acerca de sus causas biológicas “proximales”, siendo de
esta manera irrelevante el estudio de factores estructurales con efectos en las
sociedades. Bajo esta mirada, resulta más relevante conocer, por ejemplo, los
factores genéticos vinculados al tabaquismo que indagar por el contexto social
y económico que facilitan este consumo en las sociedades. En otras palabras,
este abordaje propone que los fenómenos de salud se reducen al entendimiento de
sus mecanismos biológicos y comportamentales, los cuales son suficientes para
entender los patrones de salud y enfermedad en las poblaciones (Krieger, 2011)“
(Gómez,
2017).
Referencias
Freire P. Pedagogía del
oprimido. Montevideo: Tierra Nueva, 1970.
Gómez LF. Democracia deliberativa y salud pública. Editorial Javeriana, 2017. https://www.jstor.org/stable/j.ctv86dg7w
[1] El término
“estilos de vida” ha sido ampliamente utilizado en salud pública,
principalmente en estrategias de información y comunicación. Las apuestas
conceptuales que van más allá de este término son diversas y están soportadas
por abordajes teóricos muy disímiles. En general, se identifican dos maneras
básicas de entender los estilos de vida: la primera, de más amplio uso, asume
que las personas son plenamente responsables de sus acciones y de las
consecuencias que estas acarrean. La salud es considerada un asunto personal,
sin que importen mucho los contextos sociales y económicos en los que viven las
personas (Laverak, 2006). La segunda mirada, diametralmente opuesta, considera
que los estilos de vida están determinados por jerarquías sociales (Williams,
1995). Este abordaje lo propuso el sociólogo Pierre Bourdieu (1984) como parte
de lo que denominaba habitus, el cual
está configurado por los valores y expectativas de determinados grupos sociales
que se incorporan, en el marco de una estructura social, a través de
condiciones sociales como el género, la raza y la discriminación social, entre
otros. En este libro entenderé el término en su primera acepción.
[2] Esto no significa que todas las
estrategias masivas de comunicación tengan este enfoque. Diversos programas de
prevención y control del consumo de tabaco han utilizado las campañas masivas
en medios de comunicación, como una manera de propiciar una visión crítica de
la industria e incentivar la deliberación ciudadana.