jueves, 13 de diciembre de 2018

Una breve crítica a los enfoques de “educación” en salud centrados en los estilos de vida individual



Luis Fernando Gómez Gutiérrez

Para el poeta William Yeats la educación “no es llenar un balde, sino encender un fuego”. En esta misma vena crítica, Paulo Freire plantea una aguda crítica a la concepción “bancaria” de la educación, al afirmar que “La educación como práctica de la libertad, al contrario de aquella que es práctica de la dominación, implica la negación del ser humano abstracto, aislado, suelto, desligado del mundo, así como la negación del mundo como una realidad ausente de los hombres” (Freire, 1970).

En esta breve nota comparto algunos párrafos de la introducción del libro “Democracia deliberativa y salud pública”, en las que formulo una breve crítica al enfoque de estilos de vida individual (Gómez, 2017).

“El abordaje que privilegia las acciones individuales está soportado en algunas concepciones surgidas del individualismo metodológico y corrientes de la filosofía política afines al libertarismo económico norteamericano, encarnado en el pensamiento de Robert Nozick (Mack, 2015). Se asume que los fenómenos sociales –en este caso, los patrones de salud de una sociedad– son resultado exclusivo de las acciones y motivaciones que se expresan en cada individuo (Heath, 2015). Por otro parte, el libertarismo económico plantea que el papel primordial del Estado es proteger los derechos individuales y garantizar que cada persona tenga plena potestad para maximizar las libertades relacionadas con la ausencia de coerción, independientemente de si estas generan grandes inequidades (Vallentyne y van der Vossen, 2014). Bajo esta mirada, el papel de la salud pública es informar acerca de los riesgos o beneficios que tienen diversas exposiciones, dejando a cada individuo “libertad” plena de decisión. Este escenario extremo desconoce o le da muy poca relevancia a las condiciones sociales con las que las personas han nacido, crecido y envejecido. Adicionalmente, minusvalora las interacciones humanas que se generan en torno a asuntos de interés público relacionados con salud. En esta dirección, Noam Chomsky (2005) plantea que este tipo de libertarismo entra en una gran contradicción con sus propios postulados, debido a que obvia el hecho de que, para el cumplimiento de su ideario, las personas deben estar subordinadas a un sistema que privilegia la economía de mercado por encima de otras consideraciones.

Este es el trasfondo que subyace a muchos discursos de estilos de vida saludables con enfoque individual[1], los cuales son analizados críticamente por Nancy Krieger en su libro Epidemiology and the people's health (2011). Esta autora plantea que el término “estilo de vida” comienza ser utilizado en inglés como lifestyle, a partir de la traducción de la palabra alemana Lebensfühurng propuesta por Max Weber a principios del siglo XX. El alcance del término está vinculado con las maneras en que los grupos e individuos deciden acerca de sus vidas, en el contexto de sus clases sociales. Después de la Segunda Guerra Mundial, y en el marco de la cultura del consumo que emergía en la década de 1950, la industria de la publicidad comienza a utilizar el término con un nuevo significado, relacionado con preferencias individuales de consumo (Krieger, 2011). Este discurso se afianza con la crisis del Estado del bienestar en la década de 1970 y con el surgimiento de las políticas neoliberales en los años 1980, contexto en el cual se espera que cada individuo no solo asuma la responsabilidad de planear su vida, independiente de las circunstancias sociales, sino que, además, proyecte sus actividades de acuerdo con las demandas económicas. A partir de esta mirada distorsionada y reduccionista, el estilo de vida se incorpora a las áreas de la salud pública y la epidemiología desde 1972, definido como “la noción de que los hábitos son discrecional e independientemente modificables y que los individuos pueden voluntariamente alterarlos” (Krieger, 2011).

Siguiendo a Krieger (2011), pueden ser claramente identificados tres aspectos básicos del discurso de estilo de vida con enfoque individual utilizado en las áreas de la salud. En primer término, se asume que las causas reales de las enfermedades están circunscritas solo a factores de riesgo de tipo genético, biofísico o comportamental. Por otra parte, se plantea que la presencia de los factores de riesgo y de los estilos de vida individuales que los soportan explican la frecuencia y distribución de las enfermedades (Kreiger, 2011). Este punto está relacionado con el concepto de individualismo metodológico antes mencionado y que se plantea desde algunas vertientes de la sociología, que asumen los asuntos sociales a partir de las motivaciones de los actores individuales (Heath, 2015). El trasfondo epistemológico que subyace al individualismo metodológico tiene nexos con el conductismo, ya que parte de la convicción de que solo es real lo directamente observable en cada persona (Giddens, 1990). De esta manera, los problemas de salud en una población solo pueden ser entendidos como la sumatoria de comportamientos individuales relacionados con salud. El abordaje está centrado entonces, en modificar las motivaciones de cada individuo, ya bien sea a través de acciones de consejería individual, o mediante campañas llevadas a cabo en medios masivos que enfatizan las supuestas autonomía y responsabilidad que tiene cada persona[2].

Finalmente, se asume que generar marcos teóricos para explicar la ocurrencia de las enfermedades es equivalente a teorizar acerca de sus causas biológicas “proximales”, siendo de esta manera irrelevante el estudio de factores estructurales con efectos en las sociedades. Bajo esta mirada, resulta más relevante conocer, por ejemplo, los factores genéticos vinculados al tabaquismo que indagar por el contexto social y económico que facilitan este consumo en las sociedades. En otras palabras, este abordaje propone que los fenómenos de salud se reducen al entendimiento de sus mecanismos biológicos y comportamentales, los cuales son suficientes para entender los patrones de salud y enfermedad en las poblaciones (Krieger, 2011)“ (Gómez, 2017).

A manera de colofón. No podemos caer en dos extremos: enfocar la mirada exclusivamente en factores de riesgo, desconociendo la relevancia de los contextos y condiciones sociales; o caer en la tentación de un holismo inespecífico y paralizante que desconoce las grandes contribuciones de la epidemiología clásica.     

Referencias

Freire P. Pedagogía del oprimido. Montevideo: Tierra Nueva, 1970.


Gómez LF. Democracia deliberativa y salud pública. Editorial Javeriana, 2017. https://www.jstor.org/stable/j.ctv86dg7w




[1] El término “estilos de vida” ha sido ampliamente utilizado en salud pública, principalmente en estrategias de información y comunicación. Las apuestas conceptuales que van más allá de este término son diversas y están soportadas por abordajes teóricos muy disímiles. En general, se identifican dos maneras básicas de entender los estilos de vida: la primera, de más amplio uso, asume que las personas son plenamente responsables de sus acciones y de las consecuencias que estas acarrean. La salud es considerada un asunto personal, sin que importen mucho los contextos sociales y económicos en los que viven las personas (Laverak, 2006). La segunda mirada, diametralmente opuesta, considera que los estilos de vida están determinados por jerarquías sociales (Williams, 1995). Este abordaje lo propuso el sociólogo Pierre Bourdieu (1984) como parte de lo que denominaba habitus, el cual está configurado por los valores y expectativas de determinados grupos sociales que se incorporan, en el marco de una estructura social, a través de condiciones sociales como el género, la raza y la discriminación social, entre otros. En este libro entenderé el término en su primera acepción.
[2] Esto no significa que todas las estrategias masivas de comunicación tengan este enfoque. Diversos programas de prevención y control del consumo de tabaco han utilizado las campañas masivas en medios de comunicación, como una manera de propiciar una visión crítica de la industria e incentivar la deliberación ciudadana.